EL DESENGAÑO POR LA PANDEMIA

La humanidad sufre un duro golpe, el más duro luego de los avances de la tecnología, especialmente en los últimos 70 años. Está llenando de información a sus usuarios, los hace más tolerantes, como ignorantes al no descartar la desinformación, pero sobre todo los globaliza con cada hecho que acontece en el mundo. También, a la par, y junto a esos avances, aumentó el deseo de enfrentar lo inevitable. Lo que ha preocupado al ser humano desde siempre: la muerte.

La humanidad busca la posibilidad de extender la vida, dilatar el envejecimiento, confrontar las más temidas enfermedades. Quiere hacerse más resistente frente a las adversidades, cualquiera que estas sean. Lo hacía de manera banal en las cosméticas redes sociales, pero también con investigaciones genéticas y médicas con el fin de un cuerpo más productivo, más bello, más fuerte y menos frágil, en todo sentido. Por eso, la pandemia del nuevo coronavirus es un golpe bajo y enorme para la sociedad.

La posibilidad de morir ante un enemigo invisible fue peor, hizo que el pánico se  disipara en el mundo. Ahora eso parece inverosímil. Lo cierto es que esta generación de humanos no olvidará el confinamiento cavernícola en miles de países. Todos encerrados tratando de identificar a ciegas al enemigo a través de las ventanas. Quedó demostrado que la muerte no solo se observa en los cementerios, en esos despojos olvidados de quienes una vez fueron amigos o familiares. Ahora se sabe que está afuera de las viviendas… o dentro…

El encontronazo con la muerte ha sacado, los dos complementos más conocidos de la existencia del ser humano; el bien y su antagónico. En el primero, ha develado lo precipitado que el mundo avanzó en temas médicos. Ya hay dos vacunas para evitar el COVID-19 que se comercializaran en todos los países que son provenientes de naciones con mayores libertades y fuertes democracias. Y la solidaridad, también implementada como consecuencia de tanto desbordamiento. Sin embargo, lo segundo puso en frente la desidia por la vida moderna; en otras palabras, paraísos web de oropel, intentos de autoritarismos, pobreza, corrupción, hambre y otros cuantos males ya sucumbidos en la Tierra.

De alguna forma presenciar el fracaso general consigue que los provenientes días prometan ideologías de todos los colores y sabores, a pesar de poseer una humanidad idiotizada y esclavizada por los instintos, tanto como por los avances tecnológicos en todos los ámbitos. Como se dice, el culto a la queja manda. Por eso, lo que parecía no ser importante, volvió a serlo. Como conservar la salud, contar con grandes líderes que enderecen al país, estructurar una ilustrada educación para los ecuatorianos más pequeños y a través de ello aumentar su autonomía, buscar la verdad y hacer uso público de la razón.

Ecuador todavía tiene esperanza, lo exquisito de los golpes de la vida es el ofrecimiento en bandeja de plata para poder ejecutar una renovación, así sea un por un enemigo inodoro, incoloro e insaboro. El filósofo alemán Schopenhauer, no pudo describir de mejor manera los momentos existenciales de la vida;

"Nada hay fijo en esta vida fugaz: ¡ni dolor infinito, ni alegría eterna, ni impresión permanente, ni entusiasmo duradero, ni resolución elevada que pueda persistir la vida entera! Todo se disuelve en el torrente de los años. Los minutos, los innumerables átomos de pequeñas cosas, fragmentos de cada una de nuestras acciones, son los gusanos roedores que devastan todo lo grande y atrevido… Nada se toma en serio en la vida humana: el polvo no merece la pena."

Si lo bueno resulta tan efímero, lo malo se sentencia del mismo modo. Lo sublime en la humanidad es que evoluciona, tanto como revoluciona, la cuestión aquí es por qué y para qué hacerlo. Hoy por hoy vivir ya es un deber, una tarea, que en unos momentos se goza más que otras.

 


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