LOS GRITOS GRITOS SON

Sobre la Independencia de Quito

Un grito por definición es altisonante. Gritar le quita el alma a la palabra para convertirla en un barbullo, las palabras se agolpan, chocan y empujan. Los ecos grandilocuentes del grito de la “independencia” en contra de la Real Audiencia de Quito, (10-VII-1809), aún por estos días expulsan el pensamiento crítico del espectro audible. Lo satanizan y envilecen. Los gritos de independencia no fueron de independencia, sino separación, mutilación, ablación de nuestras raíces que habían arraigado la mezcla fértil de dos razas para parir la nuestra, la “Andibera”, de los Andes y de Iberia.

A los 486 años de la fundación castellana de Quito y a los 198 años del 10 de agosto de 1809, se torna vital comprender la personalidad social, y preguntar qué era antes de la separación del Imperio Español y qué es ahora esta tierra y sus individuos. Desde el 6 de diciembre de 1534, fecha en la que se funda de forma definitiva Quito, hasta el 24 de mayo de 1822, día de la Batalla de Pichincha, habían transcurrido 288 años. Ya en el año 1563 Quito había sido elevada a Real Audiencia, incluso antes que ostenten dicha condición Cáceres, Mérida y Plasencia. ¿Qué era una Real Audiencia dentro del Imperio Español? Las Reales Audiencias eran tribunales de Justicia.

No es ocioso decir que una civilización es tal, cuando tiene un ordenamiento jurídico escrito. Qué leyes aplicaban los Oidores (jueces) de la Real Audiencia de Quito. Las Leyes de Burgos de 1512 concedieron al “indio” derechos como la propiedad privada, un salario, descanso obligatorio por el trabajo, que los niños indígenas no tengan la obligación de trabajar, que las mujeres rurales embarazadas no trabajen. Los oidores también aplicaron las Leyes Nuevas y las Leyes de Indias.

Qué ocurría antes de la llegada de los castellanos a estas tierras. Hubo yanaconas o nativos esclavizados por los incas, sacrificios humanos, incesto, poligamia, etc. Las parcialidades originarias eran ágrafas, es decir, no tenían abecedarios y no conocían la rueda. Gracias al Imperio Español se autorizó los matrimonios interraciales, la creación de las universidades, las carreteras, las bibliotecas, las ciudades, y sin embargo, la historia oficial del Ecuador ladea como si los 288 años españoles no hubiesen existido, y en el mejor de los casos se hacen referencias vagas.

España ultramarina iba desde Norteamérica a la Patagonia, constituida como nación política, parte inescindible del Imperio Español, con una misma lengua, religión y moneda. El “octavo real” fue un medio de pago con el que se transaba a los dos lados del Atlántico y superior al actual dólar de los EE. UU. Se debe tener un sano orgullo de que todos nuestros antepasados sin excepción alguna hayan sido españoles, incluido los indígenas, que desde un inicio los habitantes de las Indias Occidentales fueron considerados vasallos con fueros y obligaciones como lo eran las personas en la España Peninsular.

La denominada Independencia de América fue una fractura en la continuidad política administrativa española. Las repúblicas se balcanizaron, por doquier aparecieron “republiquetas” con caudillos como sociedades que hasta ahora no encuentran su derrotero, pues sus mentores fueron separatistas y amigos de los enemigos de España, Francia e Inglaterra. Estos “libertadores” crearon mitos fundacionales basados en el odio a España, sin caer en cuenta que eso era negarse a ellos mismos y negar a todos a la grandeza de España, parte de la madre patria. Sin embargo, la fuerza de la sangre y el alma del idioma, así como una historia común generadora de valores, nos condenan más temprano que tarde al reencuentro con las raíces hispanoamericanas. Una Hispanoamérica grande.


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